En este pequeño texto, pretendemos examinar la idea del cuerpo, como una organización integral, asociado a todo aquello que podamos percibir, sentir, expresar, pensar, intuir, y a partir de esto generar, producir, realizar. Concebimos el cuerpo como la expresión sensible del alma, a nuestra alma no la vemos disociada de su corporeidad. 


En el modelo cultural en que hemos crecido y desarrollado, existe un modelo dual para pensar todas las cosas: el cuerpo y el alma, los subjetivo y lo objetivo, el bien y el mal, los ricos y los pobres, etc. De este modo, cuando reflexionamos, en medio de una crisis de sentido, lo hacemos usando los instrumentos del pensamiento desvinculados de lo que “sentimos” en y con nuestro cuerpo, como si nuestro aspecto cognitivo fuese más importante que las emociones o los estados de ánimo. Y la voluntad se ve asociada a la razón más que a las emociones. Así nos autoconcebimos totalmente escindidos.


Ciertamente, estamos hablando de dimensiones distintas, pero lo importante es que esas dimensiones “son nuestras”, vivimos inmersos en ellas, y nosotros somos más que la suma de las partes, somos una totalidad. Y si vamos más allá aún, somos parte del universo que habitamos, y éste no tiene el mismo sentido si no estamos en él. Hay un diálogo permanente, es más, hay un fluir de energía en medio de un continuo, nuestra piel delimita como una frontera lo que hay en nosotros y lo que está afuera, pero al mismo tiempo nos une al mundo.


Actualmente, dimensiones importantes de nuestro modelo cultural, no nos ayudan a vivir tranquilos, en cierto sentido atentan contra la calidad de nuestra vida. Veamos el caso de la medicina.


Frecuentemente, vamos a encontrar hombres y mujeres adultos, con síntomas de estrés, cuadro que se expresa, muchas veces a través de daños en el cuerpo, tales como varices, tendinitis, colón irritable, neumonitis, algunos de estos cuadros se vuelven crónicos y otros son pasajeros. Lo que importa señalar aquí, es que ocurre muchas veces que una persona puede presentar uno de estas disfunciones o varias al mismo tiempo, en forma consecutiva, una tras otra. Si uno, se plantea visitar a un médico para que éste realice un diagnóstico e inicie un tratamiento, nos vamos a encontrar con que esta persona debe visitar a varios de ellos, un especialista para cada caso. La pregunta es ¿cuál de todos los médicos se hará cargo de coordinar el conjunto de informes y tratamientos que recibirá nuestro(a) paciente? ¿No contribuye esto, precisamente, a una distorsión de la percepción que la persona tiene sobre sí misma y de su estado de salud?


Asimismo, ocurre con la percepción que tenemos de nosotros mismos. Vivimos divididos y adaptándonos a distintos ámbitos de la vida social y personal. Somos uno en nuestro interior, y somos varios en la retina de los demás. De este modo nos permitimos, ser una persona social, una persona política, una persona económica, una persona ética, una persona estética. Lo que queremos señalar es que, en la mayoría de los casos, este conjunto de personas que habitan en nosotros, están divorciadas unas con otras, y a veces hasta en guerra, en donde una persona trata de hacer desaparecer a la otra. Y también encontramos personas afines – en tiempos de victoria para el neoliberalismo, encontramos a la persona política alineada con la persona económica, en contra de la persona ética, por ejemplo.


Nuestro cuerpo, tiene necesidades, ritmo, textura, densidad, masa, volumen. Al nacer venimos con una configuración genética, y sin embargo, nacemos también con la capacidad para cambiarla. Nuestro cuerpo, se inserta en un medio, un gran medio, conformado por múltiples ámbitos, y en cada uno de ellos encontramos relaciones complejas, todas estas ellas conectadas entre sí y autónomas a la vez. Pero el cuerpo nos dice cuando estamos bien o mal, y esta sensación de placer o displacer es un indicador claro para evaluar nuestro estado del alma, o si se prefiere un concepto más pragmático: el estado de nuestra calidad de vida.


La tensión surge entre nuestro cuerpo y la sociedad, en que vivimos, cuando un grupo minoritario de personas, intenta imponer, ya sea por la vía de la seducción, el hechizo o la fuerza, su propio diseño de la vida humana, y especialmente esto es más evidente cuando aquellas personas argumentan que este diseño es “racional”, “económicamente viable”, “éticamente responsable”, y que está pensado en pos del “bien común”. Entonces, el cuerpo de todos los que vivimos juntos como parte de la misma sociedad, sentimos que algo anda mal. El cuerpo de aquellos y aquellas, que siendo minoría tienen el poder para ejercer violencia sobre la mayoría, se estremece y se convulsiona cuando observan que aquello que diseñaron en su laboratorio, no es aceptado por toda la sociedad como algo bueno y querido, y surge el sabotaje en las empresas, la violencia en las ciudades, la lucha por la defensa de las tierras en el ámbito indígena, entre otros indicadores de descontento.


La mayoría de los mensajes que la cofradía del poder manda al cuerpo, apuntan hacia la razón, hacia lo cognitivo. Y en este sentido, los medios de comunicación de masas, ejercen un rol fundamental para contribuir a inhibir la autoconcepción que tenemos de nosotros mismos, atiborrando a los sentidos con sensaciones vacías, con imágenes prefiguradas , con sonidos estridentes que nos conectan con lo inconsciente, con un lenguaje, conformado por señales inconsistentes, que al día siguiente ya no serán válidas y denotarán la realidad que más acomode al poder. Cuántas veces hemos visto por televisión a personeros políticos o empresariales, decir una cosa, y tres días después argumentar lo contrario?

Julio-César Ibarra